Continua despedida

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Espero siempre a mi padre, a orillas del río, por donde se marchó en una temporada de semana santa. Fue cuando la represa se desbordó y el agua se convirtió en un monstruo que devoraba todo a su paso.

El arroyo que atravesaba el patio de mi casa se tragó todo lo encontrado en su camino. Era el lugar donde mi padre acostumbraba a bañarse en esos días santos.

Yo cumplía 5 años de edad y ese día escuché pasar el estruendo del arroyo. Mi padre se bañaba cuando apareció el monstruo. Y en la casa, mi madre dijo, que lo escuchó despedirse con voz impotente y devastada.

Por el contrario, a mí, el ruido del arroyo no me dejó escuchar sus palabras; oía solamente el bullicio del agua, las piedras, los pedazos de árboles arrancados de cuajo; creo que se impuso mi voluntad para no imaginar su voz triste y devastada.

Tal vez, sea como dijo mi madre: era su despedida. Ella, mi madre, después murió de tristeza como se mueren los que aman de verdad; se echó a morir sin que le importara más nada.

No soportó su ausencia. Lloraba a cada rato. Recordaba el ruido, los gritos y las palabras que salieron del arroyo. Se marchó con su rostro muy triste, aunque, menos espantado que el rostro de mi padre; sus ojos se quedaron muy abiertos como si en algún lugar de sus recuerdos viera a mi padre ahogado en el arroyo.

Toqué sus párpados y cerré sus ojos para no mirar a través su tristeza; y nunca le pregunté cuáles fueron las últimas palabras de mi padre. Se llevó el secreto a su tumba.

En cambio, yo —en las semanas santas—, voy hacia el patio de mi casa y llego hasta el arroyo y los espero. Miro y espero.

Y, antes del anochecer, aparece mi padre arrastrado por el arroyo; pasa montado en un viejo baúl de madera que guarda las fotos y los recuerdos de familia.

Veo pasar a mis muertos. Veo a mi padre que asoma su mirada triste; pasa con todos, juntos y en silencio. Mi padre no mueve sus labios; no expresa ninguna palabra. Se aleja corriente abajo; y en la distancia, levanta sus brazos y mueve sus manos que desean hablar: me quieren decir adiós.



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